Dueño de Europa en 1812, apenas tres años después Napoleón Bonaparte se encontraba confinado en una pequeña isla perdida en medio del Atlántico, a dos mil kilómetros de la costa más cercana, la de África. Vigilado noche y día por los que habían sido sus enemigos en el campo de batalla, su vida se reducía a los límites de una residencia aislada del resto de la isla, rodeado de unos pocos fieles. «¡Qué bajo he caído!», solía lamentarse recordando los días en que reinaba desde el palacio de las Tullerías o comandaba a decenas de miles de soldados de un extremo al otro de Europa.
Deprimido y enfermo, no es extraño que solo resistiera seis años; moría en 1821, cuando aún no había cumplido los 52 años. Sepultándolo en vida, sus enemigos terminaron con el peligro que la sola existencia de Napoleón suponía para el orden internacional.
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