
No solo durante un apagón: el valor de la radio en las crisis.
Noticias - Sucesos06 de mayo de 2025 Miguel Ángel Sánchez
Entre las muchas estampas que nos dejó el apagón del 28 de abril en la península ibérica me quedo con esta: en una calle madrileña, un grupo de transeúntes se congregaba alrededor de un automóvil estacionado con las puertas abiertas, mientras la radio resonaba en el silencio extraño de esas horas. Ávidos de información, los ciudadanos se acercaban como polillas a la luz, buscando entender qué sucedía.
Ni televisión, ni redes sociales, ni dispositivos inteligentes funcionaban. Solo la radio –la analógica, la de transistores con antena y pilas– continuó transmitiendo.
Orden ante la incertidumbre
El corte en el suministro eléctrico que se produjo a nivel peninsular provocó la caída de numerosas antenas de telefonía móvil, dejando a gran parte de la población sin cobertura ni acceso a internet. Desde ese momento, la información se transformó en el bien más preciado. Las preguntas se amontonaban: ¿qué ha ocurrido?, ¿afecta solo a mi zona?, ¿cuánto durará esta oscuridad?
Estos interrogantes exigían respuestas para tomar decisiones fundamentales: cómo regresar al hogar, qué hacer con los niños, cómo preparar un examen, si abastecerse de agua, comida y papel higiénico… y cómo pagar esa compra extra. Para algunos, las preguntas eran incluso más angustiosas, por ejemplo, cómo mantener funcionando el respirador de un hijo enfermo sin electricidad.
Por fortuna, el apagón duró apenas unas horas. Sin embargo, el papel sedante que la radio desempeñó subraya la importancia de incluir un transistor en ese kit básico de supervivencia ante eventuales crisis. No es solo una herramienta informativa, sino un instrumento de salud pública emocional.
Siempre ahí
Como en otros momentos cruciales de la historia, la radio emergió como bálsamo frente a la inquietud colectiva. En España, lo fue durante la mítica “noche de los transistores” del 23-F, cuando el país contuvo la respiración. También cumplió con creces su papel en el 11-M, durante el confinamiento por la pandemia o en la dana de Valencia.
Esta capacidad única de la radio reside precisamente en su extraordinaria maleabilidad operativa: puede desplegarse con mínimos recursos técnicos, transmitir desde cualquier rincón con un equipo portátil, e incluso improvisar estudios temporales en minutos.
Su independencia energética es igualmente crucial, funcionando con baterías convencionales o generadores portátiles, sin depender necesariamente de la red eléctrica general. Mientras otros medios dependen de complejas infraestructuras –rotativas, redes de datos, equipos voluminosos o conexiones estables–, la radio mantiene ese carácter ágil y adaptable que le permite estar presente donde y cuando más se necesita.
Toda esta versatilidad es también lo que la hace ideal en la cobertura de conflictos bélicos, cuando las redes eléctricas pueden fallar y las telecomunicaciones no son fiables.
La radio ha vuelto a demostrar su valor en ese apagón que fundió los plomos a la comunicación digital, exponiendo la fragilidad emocional de una sociedad tan dada a la sobreinformación. La incertidumbre alimenta la percepción de amenaza y, ante el vacío informativo, nuestro cerebro proyecta escenarios sombríos como mecanismo defensivo. Se genera así un cóctel de ansiedad, miedo, estrés y sensación de pérdida de control, especialmente si la falta de información se prolonga.
Desde sus albores, la radio ha demostrado ser un medio extraordinariamente valioso para mitigar el impacto psicológico de las crisis sociales. Su accesibilidad universal y su capacidad para transmitir simultáneamente información veraz y compañía emocional la convierten en un pilar fundamental para preservar el equilibrio anímico colectivo.
Es así desde sus inicios. En los años treinta y cuarenta, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill aprovecharon ya el poder terapéutico de la recién nacida radio. En las conocidas como fireside chats, el primero se dirigía a los ciudadanos estadounidenses para hablarles de cómo se estaba recuperando el país de la Gran Depresión, en qué consistían las iniciativas del New Deal y cómo evolucionaba la Segunda Guerra Mundial. Churchill, por su parte, dedicaba sus discursos radiofónicos a comunicar pero también a arengar a los británicos.
Sus voces –serena y paternal una, firme y enérgica la otra– no solo informaban, sino que aliviaban la ansiedad colectiva, prevenían el pánico y restauraban el equilibrio emocional de poblaciones traumatizadas por la crisis y la guerra.
Durante el apagón
Las características tecnológicas de la radio la hacen única en situaciones críticas. Y así, en la mañana del 28 de abril, mientras la mayoría de los canales informativos digitales y la telefonía móvil colapsaban por la falta de suministro eléctrico, las principales emisoras de radio lograron mantener su servicio gracias a la activación de generadores de emergencia y la pericia de sus equipos técnicos y periodísticos.
Más allá de informar, la radio ofrece un acompañamiento emocional insustituible. La presencia de voces humanas –cálidas y llenas de matices– transmite serenidad y empatía, elementos cruciales para aliviar el estrés. Y así la escucha radiofónica puede disminuir los sentimientos de aislamiento y fomentar la conexión social, aspectos esenciales para construir resiliencia comunitaria.
Aunque en el día del apagón las emisoras interrumpieron su programación habitual para informar minuto a minuto de lo que sucedía, en otro tipo de contratiempos –pandemia, conflictos bélicos– la rutina radiofónica, con boletines informativos, espacios musicales y secciones participativas, ayuda a mantener una sensación de normalidad en medio del caos. Esto representa un anclaje psicológico valioso durante periodos de incertidumbre.
En un mundo hiperconectado donde la dependencia tecnológica nos vuelve paradójicamente más vulnerables, el transistor a pilas emerge así como un puente sonoro que nos mantiene conectados cuando todo lo demás falla. Esta veterana tecnología demuestra que los medios más sencillos pueden ser los más fiables en momentos críticos, no solo por su capacidad para transmitir información, sino por su poder para sostener nuestra salud mental y emocional cuando las certezas cotidianas se quedan a oscuras.
The Conversation



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