
Ocurrió hace pocos días.
Yo estaba en el piso 14 de un hotel 5 estrellas. Salía del baño y me preparaba para ir a una reunión de trabajo importante.
De pronto irrumpió el violento sonido de la alarma.
Sonido estruendoso. Volumen muy alto. Una voz que anuncia que en el hotel hay una alarma de incendio. Y que nos pide a los huéspedes que abandonemos el edificio saliendo ordenadamente y sin pánico por las escaleras, sin usar ascensores.
Lo primero que pensé (¡ay boomer querido!) fue que había dejado la tele encendida y que de allí venía el escándalo.
Pero no.
No era la tele.
Era un anuncio real frente al que había que actuar de inmediato.
Lo segundo que pensé (boomer, boomer, no tienes arreglo) fue qué cosas me llevaría conmigo (¿pasaporte, laptop, documentos, dinero?). Ahora que todo pasó me divierte mucho recordarme a mí mismo abriendo a toda velocidad la caja fuerte de la habitación para rescatar lo que me iba a llevar.
Fueron apenas unos segundos y ya estaba en el pasillo. Otras personas salían de sus habitaciones, se miraban entre asustados y confundidos. Ahí recuperé el tiempo perdido en la caja fuerte y caminé rápido hacia las escaleras. Comencé a bajar viendo que detrás mío venían los demás en fila india. Ya sabes: en momentos críticos la masa se mueve en la dirección que se muevan los primeros en actuar.
14 pisos bajados escalón por escalón.
Mi cerebro hacía horas extras. Pensaba en posibles escenarios. Que no, es una falsa alarma, no se ve humo saliendo de ningún lado y además en los otros pisos no se nos suma nadie, somos solo esta fila india de huéspedes del piso 14 y nada más. O tal vez sí, agrega mi cerebro con su maldita adicción a las contradicciones. Tal vez termino desde la calle viendo arder el hotel en su totalidad. Que no hay por qué exagerar, replica otra caótica zona de mis neuronas. Es posible que haya sido un pequeño foco en una cocina y que haya sido rápidamente apagado.
En fin, no se veía humo mientras seguíamos bajando los 14 pisos (el único humo salía del cerebro del boomer pero por fortuna nadie lo veía).
Finalmente parece que llegamos abajo, muy abajo. Empujo una puerta y veo una escena surrealista de tan normal que era. Porque lo que veo es el restaurante del hotel con todas sus mesas ocupadas por personas desayunando tranquilamente. Personas que levantan la cabeza para mirar con asombro a aquella fila de lunáticos entrando al salón por una puerta habitualmente cerrada y atravesando entre las mesas con gestos extraños.
Caminamos entre la gente como si acabáramos de entrar en un universo paralelo.
¿Humo, olor a quemado, gritos?
Nones.
En su lugar olor a café y ruido de cucharas.
Llegamos a la recepción del hotel. Le dije a la recepcionista lo de la alarma de incendios.
- No, no es nada, no se preocupe -me dijo.
- Pero...bajamos 14 pisos por escaleras gracias a esa alarma -le respondí.
No recuerdo bien su respuesta, pero fue algo así como que era algo que fallaba con frecuencia. Y que nos quedáramos tranquilos.
Podría cerrar esta historia hablando de recursos humanos en las empresas, tal vez de atención al cliente o de comunicación. O haciendo referencia al estrés y la preocupación y el dolor de cabeza y las contracturas musculares que todos nos ganamos gratis bajando aquellas escaleras esperando escapar del fuego. O del boomer con dolores musculares en las piernas durante los dos o tres días siguientes.
Pero no.
Prefiero cerrar hablando de psicopolítica.
Porque a veces parecería que vivimos en una alarma de incendios perpetua. En la tele, en la radio, en las redes. Urgente, grave, tensión, estallido, está sucediendo. Ya no sé qué es peor, si la telebasura de toda la vida o las redes antisociales de ahora. Porque en todos lados parece estar sonando a cada rato esa estridente alarma que nos dice que algo muy grave está a punto de ocurrir.
¿Será que nos están preparando para algo?
¿Será simplemente el negocio de capturar nuestra atención para vendernos algo?
¿Será que como decía aquel canadiense resulta que el medio es el mensaje, entonces televisión y redes no lograrán nunca ir más allá de su propia toxicidad?
¿O será tal vez el factor más infravalorado de la historia, la pura y simple estupidez?
No lo sé.
De hecho hay muchas cosas que no sé.
Tal vez tengo pistas, eso sí. Y te invito a explorarlas mes a mes en *Psicopolítica*:
https://danieleskibel.com/psicopolitica/
Daniel Eskibel


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