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Los complejos de Edipo y Electra descritos por Freud se han redefinido en la psicología moderna. En la etapa adolescente, se relacionan con la necesidad de construir una identidad autónoma.
Salud y medicina21 de agosto de 2025 Fuerte Joan Tahull
A los 16 años, Marta no podía soportar a su madre. Todo lo que decía le parecía una crítica. Su forma de vestir, sus opiniones, incluso el modo en que le servía la comida: todo lo interpretaba como juicios personales hacia ella. Era como si estuvieran en una guerra constante donde cualquier frase podía iniciar una discusión.
En cambio, con su padre era otra persona: se mostraba dulce, receptiva y buscaba su aprobación constantemente. Para muchos adultos, este tipo de situaciones es solo parte de “la edad del pavo”. Sin embargo, desde una mirada psicológica, estos gestos pueden reflejar un proceso más profundo: una etapa simbólica que todo adolescente atraviesa a su manera.
Se trata del proceso de separación-individuación, conocido en el psicoanálisis clásico como complejo de Edipo o Electra , y que hoy se reinterpreta como una fase natural del desarrollo emocional en la que el adolescente busca diferenciarse psíquicamente de sus figuras parentales. Ya no se concibe necesariamente ligado a la sexualidad o al deseo, sino a la necesidad de construir una identidad autónoma .
Este conflicto, originalmente descrito por Freud , suele ubicarse en la primera infancia, pero en la adolescencia se experimenta de nuevo con otros matices. El deja adolescente de ver a sus padres como figuras omnipotentes y comienza a cuestionarlos, compararse con ellos, rivalizar e incluso idealizar.
Hoy, además, este proceso se ve influenciado por la exposición constante a redes sociales y entornos digitales , donde los adolescentes encuentran nuevos modelos de identidad, valores y formas de relación que pueden chocar o alejarse de los de su familia. Este proceso es conflictivo, pero esencial; representa el primer paso hacia la autonomía emocional y la identidad adulta.
Redefinición de vínculos
Álex, de 17 años, siempre tuvo una relación cercana con su madre. Pero desde hace un año, cualquier gesto suyo le resulta irritante. La percibe como invasiva, controladora y, sobre todo, incapaz de entenderlo. En cambio, con su padre, que está menos presente, mantiene una relación ambivalente. A veces lo admira profundamente; otras veces lo desafia. Cuando lo supera en algún juego o discusión, siente una victoria que va más allá del momento: es la prueba de que ya no es un niño.
Este tipo de dinámicas, lejos de ser una excepción, son hoy entendidas como expresiones de un cambio estructural en la identidad y la transición a la vida adulta . Es un momento en el que el joven deja de identificarse de manera exclusiva con sus padres para buscar —o crear— sus propios referentes. Este proceso se conoce como redefinición de vínculos primarios y construcción de la autonomía relacional .
Freud planteaba que durante la infancia el niño desarrolla un vínculo emocional fuerte con uno de sus progenitores y una rivalidad inconsciente con el otro. Esa tensión se resuelve al aceptar los límites impuestos por la realidad –por ejemplo, la imposibilidad del deseo incestuoso– y al interiorizar figuras de autoridad.
Hoy se sabe que la resolución de estos conflictos no sigue un patrón universal ni sexualizado. Las relaciones familiares son más diversas , incluyendo familias monoparentales, homoparentales y composiciones multigeneracionales. A esto se suman cambios en los modelos de crianza, más dialogantes y menos jerárquicos, que ofrecen a los adolescentes mayor espacio para expresarse, pero también más responsabilidad emocional antes de estar totalmente preparados.
Lo que no cambia, incluso en los distintos tipos de familias, es que todo necesita adolescente aprender a poner sus propios límites internos –decidir hasta dónde se deja influir–, diferenciarse emocionalmente de sus padres para no vivir bajo su sombra y buscar otras figuras de referencia, dentro o fuera de la familia, que le ayuden a construir su identidad.
Este proceso no es un trastorno, sino un ritual social y psicológico de separación e individuación. Si en la infancia el niño dependía emocionalmente de sus padres, en la adolescencia necesita liberarse de esa dependencia para construir su identidad. El conflicto tiene una función: ayuda a romper los lazos simbólicos de fusión ya establecer una distancia saludable. Y no se da necesariamente con el progenitor del mismo sexo, sino con quien representa la autoridad, el control o la sobreprotección, sea quien sea. En otros casos, aparece una idealización del otro progenitor o de una figura externa, que actúa como espejo de los deseos del adolescente.
Ambos comportamientos, el rechazo y la idealización, pueden combinarse, como en el caso de Marta, que se distancia de su madre mientras idealiza a su padre, pero también pueden darse cuenta por separado: hay adolescentes que idealizan al progenitor menos involucrado. Lo esencial no es la forma concreta que adopta, sino la función simbólica: diferenciarse de quien ejerce control y apoyarse en otra figura que ofrece un espejo para construir la propia identidad.
No todos los adolescentes logran atravesar este período con facilidad. En algunos casos, especialmente cuando no se da esa rebeldía o se reprime, quedan atrapados en una lealtad inconsciente que les impide despegar. Jóvenes que siguen buscando la aprobación excesiva de sus padres o que no se atreven a tomar decisiones por miedo a decepcionarlos pueden estar experimentando una dependencia emocional crónica.
Del mismo modo, quienes eligen parejas con características muy similares a las de sus progenitores, sin cuestionar si eso les hace felices, pueden estar repitiendo patrones no resueltos. Resolver este conflicto no significa romper la relación familiar ni dejar de querer a los padres. Significa redefinir el vínculo desde una posición más simétrica y autónoma.
La familia tiene un papel central en este proceso . Lejos de juzgar o minimizar los cambios, lo ideal es que los adultos puedan comprender que el conflicto es parte del crecimiento. Algunas estrategias útiles son:
Validar las emociones sin juzgar: el malestar adolescente necesita contención, no corrección inmediata.
Acepta la crítica sin personalizarla: cuando un adolescente cuestiona todo, está explorando nuevos valores.
Dar espacio sin abandonar: los jóvenes necesitan experimentar el mundo por sí mismos, pero sabiendo que tienen una base segura a la que volver.
Poner límites claros pero negociables: la autoridad rígida puede aumentar la rebelión; en cambio, los acuerdos favorecen la responsabilidad.
Evitar los triángulos: no es recomendable que un progenitor se alíe con el hijo para criticar al otro; eso refuerza el conflicto y genera más confusión.
En este contexto, las redes sociales y las interacciones también juegan un papel ambivalente: pueden ofrecer apoyo y nuevos referentes positivos, pero también exponen al adolescente a comparaciones digitales constantes y presiones de imagen que afectan su autoestima. Por eso, la escuela, el grupo de amigos y figuras externas son claves para ofrecer modelos de relaciones saludables y diversas.
Con el tiempo, Marta, aquella adolescente que discutía con su madre y buscaba refugio en su padre, empezó a cambiar. No fue de un día para otro. Pasaron varias crisis, llantos, distancias y reconciliaciones. Pero un día, ya con 18 años, se sorprendió al notar que disfrutaba conversar con su madre sin pelear. Que su padre ya no era tan “perfecto” como lo veía antes. Y que ella, Marta, podía decidir por sí misma. Ya no necesitaba la aprobación para sentirse válida, ni la rebelión para sentirse libre. Había aprendido a ser ella misma.
De manera similar, Álex también logró dar ese paso. Tras meses de distancias y choques con su madre, comenzó a escucharla sin sentirse amenazado ya relacionarse con su padre sin idealizarlo ni competir constantemente. Descubrió que podía pedir consejo sin someterse, y defender sus decisiones sin romper los lazos. Para él, como para tantos adolescentes, resolver este conflicto significó dejar de ser “el hijo de” para empezar a ser él mismo.
El proceso de diferenciación emocional en la adolescencia es un rito de paso . Detrás del caos emocional, las contradicciones y los conflictos, está el nacimiento de un sujeto con identidad propia. Y como todo nacimiento, viene con dolor, desconcierto y también con esperanza. No se trata de eliminar el vínculo con los padres, sino de transformarlo. Pasar de un amor basado en la necesidad a un amor basado en la libertad. Pasar de la obediencia ciega al diálogo. De la imitación a la creación.
The Conversation: Fuerte Joan Tahull. Profesor de sociología de la educación, Universitat de Lleida

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