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Para comenzar, no, no somos los únicos que disfrutamos del juego, ni somos tan especiales como podríamos pensar. Correr, luchar o brincar es común en muchas especies de mamíferos sociales, como los carnívoros y roedores, y ciertas aves como loros, cuervos y bucerótidos.
Nuestras mascotas, sobre todo perros y gatos, dedican tiempo y energía a esta actividad divertida y esencial. Pero si hablamos de dedicación, los jóvenes simios y monos son los campeones. Nuestros parientes peludos invierten gran parte de sus vidas explorando, viviendo y conociendo el mundo de manera lúdica y jovial.
Esos momentos de risas, peleas, persecuciones y acrobacias son cruciales para su desarrollo físico y mental. Durante el juego, exploran su entorno e interactuarán con hojas, ramas, bastones y piedras. Así, igual que los niños y las niñas de nuestra especie, entienden cómo funciona el mundo que los verá crecer.
El juego también tiene un papel esencial en el desarrollo neuronal, especialmente durante las etapas de mayor crecimiento del cerebro, coincidiendo con los primeros años de vida.
Los momentos de juego están ligados a la sinaptogénesis, es decir, a la formación de nuevas conexiones neuronales durante la maduración cerebral. Estas conexiones facilitarán el aprendizaje y la adaptación de los individuos a sus entornos, tanto físicos como sociales.
Así, la actividad lúdica se convierte en un potente mecanismo adaptativo, una herramienta evolutiva crucial para la supervivencia. A pesar del alto coste energético y los riesgos del juego, entre ellos la vulnerabilidad a los depredadores al distraernos mientras gozamos y reímos, sus beneficios evolutivos han asegurado que esta conducta se mantenga a lo largo de la historia evolutiva de los primates. Jugar les permite desarrollar habilidades y experiencias vitales para la vida adulta. Las risas y juegos en la selva son, en definitiva, una herramienta de aprendizaje de un valor incalculable.
Entonces, si tan positivo es el juego, ¿está realmente tan restringido a unas pocas especies afortunadas? Pues, aunque durante décadas hemos creído que sí, las cosas han cambiado. Fue Gordon M. Burghardt, de la Universidad de Tennesse, quien en 2005 propuso adoptar cinco criterios para identificar el juego en los animales:
Además, con el acceso a una mejor tecnología de investigación y con la publicación de miles de vídeos en sitios como YouTube, se ha podido observar, documentar y evidenciar que el juego está presente en especies tan distintas como lagartijas, tortugas, peces, cefalópodos, insectos y, por supuesto, gorilas.
De esta forma, la amplia distribución del juego en el reino animal sugiere que es un fenómeno heterogéneo que ha evolucionado en paralelo en múltiples especies.
Juguemos, no dejemos de jugar.
Boletin de The Conversation
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