Marco Aurelio vivió como un filósofo pero gobernó como un emperador.
Filosofía y Religión29/01/2025 José A. Delgado Delgado:El 17 de marzo del año 180 moría Marco Aurelio (nacido el 26 de abril del 121, emperador desde el 7 de marzo del 161). Lo hacía en uno de los campamentos de invierno del ejército romano en las fronteras del Danubio ( Sirmium , hoy Sremska Mitrovica, Serbia, o Vindobona , hoy Viena), durante el curso de una nueva expedición militar contra cuados y marcomanos, pueblos germanos con los que Roma había mantenido una tensa relación durante su reinado.
Su cuerpo fue trasladado solemnemente a Roma y sus restos incinerados depositados en el mausoleo de Adriano. Su memoria oficial se celebró con su divinización ( consecratio ), la dedicación de un arco de triunfo y una columna donde se representaban sus victorias sobre los germanos. Tales homenajes públicos reconocían las acciones de gobierno del emperador difunto y lo situaban en la honorable nómina de los grandes monarcas de la dinastía: Trajano, Adriano y Antonino Pío.
Los historiadores de su reinado reconocieron la tradición oficial y contribuyeron generosamente, a su vez, a extender su fama de “buen emperador”. Dión Casio lo admiraba especialmente porque “en las dificultades extraordinarias y fuera de lo común de su tiempo, supo sobrevivir y salvar al Imperio”. El biógrafo de la Historia Augusta (a finales del siglo IV), por su parte, consideró que “superó en la probidad de su vida a todos los emperadores que lo precedieron”.
Filósofo como ciudadano privado
Estas mismas fuentes, tanto como otras contemporáneas y posteriores, hablaban también de “otro” Marco Aurelio, interesado desde joven en la filosofía y que se conducía en su vida como un filósofo. La preservación, fortuita, de sus Meditaciones se ha agigantado considerablemente con esta imagen, convertida su nombre en universalmente célebre, y añadiendo complejidad a la figura de gran gobernante establecida en su tiempo.
Tras el hombre de acción que afrontó con determinación los graves problemas que marcaron distintivamente su reinado, se delineaba ahora la figura de un emperador reflexivo y humanista, con una educación refinada y que se mostraba a sí mismo en pleno ejercicio como pensador. ¿Cómo interpretar esta combinación singular? ¿Actuó Marco Aurelio, en tanto que cabeza política del Imperio, bajo el dictado de sus convicciones filosóficas? ¿Es posible, en suma, entender al emperador a partir del filósofo?
Un escritor bizantino anónimo, autor de un léxico de fines del siglo X, se refería a las Meditaciones en los siguientes términos: “Consignó en doce libros la regla de su vida personal”. Entendió bien que las sentencias de tal texto se referían en sentido estricto al modo de vida personal de Marco Aurelio. Hablaba allí el ciudadano privado, no el princeps
Y, en efecto, tal obra no fue en su origen más que un conjunto de notas personales, nunca pensadas para su publicación. Por su naturaleza estaban destinadas a desaparecer con la propia muerte del emperador o poco tiempo después. Pero fueron conservadas y acabaron saliendo finalmente a la luz a los ocho siglos de su redacción (no hay noticias de un conocimiento cierto antes del siglo X).
Las notas en cuestión las esbozó hacia el final de su vida, en los años de las duras campañas germanas que se sucedieron a partir del 170, en los campamentos legionarios de las fronteras septentrionales del Imperio. En ellas dialoga consigo mismo sobre ciertos fundamentos, opiniones y principios sobre los que se habían asentado las líneas de conducta de su vida particular. También medita sobre las personas más influyentes en su formación, familiares y preceptores, reconociendo las deudas contraídas con cada uno de ellos.
Se trata, en definitiva, de unos escritos de naturaleza filosófica y fundamentos principalmente estoicos, pensados ​​exclusivamente para sí mismo, sin ninguna intención pública.
Emperador en asuntos de Estado
El programa de acción política de Marco Aurelio, en efecto, no estuvo en modo alguno influenciado por sus preocupaciones filosóficas ni éticas. Estuvo más bien asentado firmemente en las tradiciones de gobierno heredadas de sus predecesores en el trono imperial.
En este sentido, se esforzó por seguir el modelo de princeps ideal encarnado en particular por su padre adoptivo, Antonino Pío (86 – 161), ejemplo supremo de virtudes. Así, actuó conforme a la ley, respetó escrupulosamente el orden establecido, tuvo en cuenta al Senado en las decisiones graves que tomó y se rodeó siempre de los hombres más capaces de su tiempo como consejeros o militares, para afrontar los deberes que Roma le exigía. .
En el ejercicio del poder se mostró tan enérgico y firme como las circunstancias requerían (véase la escena de las decapitaciones de los enemigos de su columna). Su imagen pública –conservada en su famosa estatua ecuestre, numerosos bustos y monedas – destaca preferentemente el carácter marcial del monarca que dedicó la mayor parte de su vida como tal a defender las fronteras del Imperio, mantener la unidad imperial y sanear las finanzas públicas. En los asuntos de estado, Marco Aurelio gobernó con la mente de un emperador de su tiempo, no con las ideas de un filósofo.
El muchacho que tal vez soñó con dedicar todas sus energías a cultivar el espíritu – como sugiere la correspondencia conservada con uno de sus más queridos maestros, Frontón– aceptó como hombre su destino (preparado cuidadosamente ya desde su infancia por Adriano) y tomó la herencia política de sus antepasados ​​como pausa para su gobierno.
Sus convicciones ciertamente no dirigieron sus decisiones políticas, pero quizás sí prepararon su actitud para afrontarlas. El dominio sobre sí mismo que había ido adquiriendo gracias al ejercicio continuado de la reflexión, forjando progresivamente su carácter y actitud ante la vida, pudo disponer al hombre para los retos que habría de asumir como emperador.
José A. Delgado Delgado: Profesor Titular de Historia Antigua, Universidad de La Laguna
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