

El verdadero lugar de nacimiento es aquel
donde por primera vez nos miramos
con una mirada inteligente;
mis primeras patrias fueron los libros.
Marguerite Yourcenar
No es apropiado decir que el reciente fallecimiento de Eduardo Liendo (1941-2025) deja un vacío en la literatura nacional, muy por el contrario, la deja colmada de su fructífera labor creativa en el ámbito de las letras con sus novelas, cuentos y ensayos. Una larga y provechosa vida dedicada a construir mágicos sueños en las cabezas de sus lectores.
Quien suscribe, supo de él por allá por el año 1977 cuando nuestro profesor de castellano y literatura, Carlos Moriyón –como establecía el programa educativo de la época–, nos asignó la lectura de su obra El mago de la cara de vidrio (1973). Recuerdo la huella que la novela causó en mí, convirtiéndose en mi primera patria literaria. Eran los tiempos en los que la televisión marcaba nuestras vidas con la misma fuerza con que las redes sociales lo hacen hoy y producía en los estudiosos del comportamiento humano similares temores apocalípticos de sujeción, dominación y pérdida de identidad que en la actualidad generan el Instagram y el popular TikTok, entre otros. Cómo era posible que esa pequeña pantalla intrusa que llegaba a nuestras casas (Mr. TV) fuese capaz de arruinar la armonía de la convivencia familiar.
Casi medio siglo más tarde de aquel encuentro virtual de lector adolescente con Eduardo Liendo, él, que ya atravesaba por problemas de salud, me honró con la invitación, por mediación de su hija, Olivia, a escribir un texto para la nueva edición que preparaba el fecundo departamento de publicaciones de la UCAB con motivo de cumplirse cincuenta años de la publicación de la mencionada novela. Reflexionaba entonces sobre su impactante actualidad: «Quien piense que esta novela iniciática y visionaria de Eduardo Liendo es una obra vintage, que alude a dificultades propias de tiempos lejanos ya superados, desconoce la habilidad con la que el mago de la cara de vidrio ha mutado para incrementar sus poderes sobre nosotros, al parecer ya de manera irreversible. Pasó de estar en el centro de la sala, con algunos períodos de receso y control, a colocarse en el centro de nuestras vidas, en el bolsillo de cada uno de nosotros, durante las 24 horas del día. El mago de la cara de vidrio se hizo, poco a poco, con todo lo que había en la casa. Con su desmedida voracidad se tragó el teléfono, la correspondencia, la libreta bancaria, la cámara fotográfica, el periódico, los libros de la biblioteca, el tocadiscos, el almanaque, el reloj de pared y una larguísima lista de etcéteras. Y es que, a pesar de sus engañosas mutaciones, sigue teniendo la misma cara de vidrio de siempre».
La publicación de El mago de la cara de vidrio marca el inicio de una larga y fructífera producción literaria en la vida de Eduardo Liendo, que le hizo acreedor de numerosos galardones, como el Premio de Ficción Literaria por su novela Mascarada, el Premio Municipal de Literatura en 1985 por su novela Los platos del diablo, entre otros. El premio de humor Pedro León Zapata, da cuenta de un rasgo esencial tanto de su obra literaria como de su vida: su profundo sentido del humor, muchas veces expresado en la figura de la ironía. En el año 2015 fue homenajeado por el Festival de Lectura de Chacao. En esa oportunidad, ante la consulta de un periodista que le preguntaba qué era lo que más le gustaba del homenaje, respondió con su habitual ingenio: «¡que no es post mortem!».
Frente a las vidas virtuosas, como la de Eduardo Liendo, más que tristeza por su desaparición, lo que brota en uno es una íntima felicidad por su extraordinaria e inspirada existencia y por la fortuna de haber enriquecido la nuestra con su legado. Los magos son fabricantes de ilusiones que le hacen creer a uno, con el encanto de sus prestidigitaciones, que han desaparecido de la escena, pero no, puede que se hayan ausentado de nuestra vista, pero nunca de nuestros corazones, tocados, como fueron, por la varita mágica de sus sueños.


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